jueves, 14 de julio de 2011

La madurez de Alejandro Sanz by Esquire Latinoamérica

Cuando Alejandro Sanz sonríe se le achinan los ojos. Es lo primero que noto cuando entra en la habitación. Va vestido de manera casual: jeans, playera amarilla y chamarra de piel. Se acerca, me estrecha la mano y luego hace lo mismo con todos los que están en la suite del hotel Wellington, en el centro de Madrid. Sanz no es muy alto -mide un metro setenta y cuatro- y es de contextura media.  Lleva una pulsera de abalorios de color rojo, negro, verde y amarillo en la muñeca derecha. "Me la regalaron unos niños de Zimbabue que las hacen a mano", me dice, y después me cuenta que acaba de estar en ese país.

Desde hace un tiempo, Sanz es una de las caras visibles de la campaña española de Médicos Sin Fronteras, una ONG que, entre otras cosas, trabaja por la prevención del sida pediátrico en los países del África subsahariana. Al igual que otras renombradas personalidades como el futbolista Andrés Iniesta y el chef Ferran Adrià, Sanz ha participado en una intensa campaña publicitaria para la televisión. En ella anima a la gente a ir a las farmacias a comprar las llamadas Pastillas Contra el Dolor Ajeno, caramelos de menta que -al simbólico precio de un euro- han ayudado a recaudar más de tres millones de euros para financiar proyectos de salud en las naciones menos desarrolladas.

Alejandro Sanz se puso en la piel de un espía moderno para esta  colaboración entre Esquire y Hugo Boss fragancias, y escogió a Boss Bottled como su loción preferida.
"Fue impresionante estar con esos niños que, si no fuera por esa ayuda, no existirían, que de otra manera serían como fantasmas, ¿no?", dice Alejandro. "Además te hace pensar en las tonterías por las que nos preocupamos en nuestro mundo, en esas cosas que nos sacan de nuestras casillas y que en realidad son absurdas. Y ellos, con todas sus miserias y penurias, tienen la capacidad de sonreír, cantar y dar las gracias. Es una enseñanza muy grande. Tres días parecieron un mes. Se vive muy intensamente todo eso".

Sanz también acaba de recibir el premio Save The Children por su labor humanitaria con los niños junto a otras personalidades como la activista y filántropa Bianca Jagger, la ex presidenta de Irlanda Mary Robinson y el arquitecto Norman Foster.

La suite donde nos encontramos es amplia y desde una de las ventanas se puede tener una buena vista de la parte más exclusiva del centro de la ciudad. De repente tocamos el tema de Twitter, donde Sanz tiene más de dos millones de seguidores y puede llegar a colgar una media de entre treinta y cincuenta tweets al día. Se considera un fervoroso usuario de las nuevas tecnologías y en algún momento comienza a mencionar las últimas peticiones hechas por sus fans. Algunas le piden que regrese pronto a sus países de origen para hacer un nuevo concierto, y otras simplemente sueñan con un encuentro a solas con él. Pero hay quienes sólo quieren molestar, como cuando le criticaron una falta de ortografía en uno de sus mensajes.

Cuando le pregunto qué es lo que más le gusta las redes sociales, me responde con ironía: "El Twitter casi ni lo uso", con lo que hace soltar una carcajada a la maquilladora y a su jefa de prensa. "Lo hago para mantenerme en contacto con mis fans. Y con mis enemigos, también, que por fortuna son menos que mis amigos. Y menos cultos, también."


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