Comenzaron a contarse historias en el Paleolítico sobre un dios creador que habitaba en las alturas y que pronto suscitó en los mortales el deseo de ascensión con ayuda de chamanes. Por eso, los místicos levitan y en las diversas mitologías las montañas son sagradas como lo es el Cabezo Rajao, que pinta Pedro Cano para el cartel de este año del Festival unionense. Los profetas y los héroes ascienden a ellas para alcanzar lo sublime. Por otro lado, en los santuarios de las cuevas paleolíticas encontramos pinturas de caza porque no puede haber ascenso sin un previo viaje a las profundidades de la tierra. No puede haber vida sin muerte, lo que revela el anhelo más esencial de los humanos, superar la propia condición humana. Hay laberintos neolíticos que eran seguidos por adoradores que imaginaban un encuentro con la Madre Tierra, el regreso místico al origen de la vida.
Pedro Cano, tras pintar las ciudades invisibles, ha pintado la ciudad alucinante y su memoria mágica: la montaña sagrada envuelta en el humo de los cafés cantantes. La altura como símbolo de la trascendencia y sus entrañas como gran tumba, donde quedaron sepultados tantos mineros. Añade así La Unión a su geografía de lugares inéditos porque también tiene como Isidora palacios con escaleras de caracol incrustadas de caracolas marinas, el viento mueve aspas de molinos como en Pirra y como en Adelma, encuentras gentes que recuerdan a personas ya fallecidas, quizá porque en la ciudad flamenca está presente el culto a los mineros muertos. Los niños unionenses saben que surgían del fondo del mar de Portmán y andaban en procesión por la carretera del 33.
El galardón Catedral del Cante que se otorga a una nación corresponde en la presente convocatoria a Francia. Muy lejos quedan las letras por alegrías, como bombas, contra las tropas invasoras de Napoleón. Sus viajeros románticos, como otros europeos y norteamericanos, quedaron prendados y fueron primeros cronistas de un arte nuevo con materiales antiguos. Oriente exótico en el sur de Occidente. Hasta Eugenia, su emperatriz, amiga de Marimeé, lo promocionó. Años después, en 1954, se publica primero en Francia la célebre 'Antología' de Hispavox. La Academia Francesa del Disco Charles Cros le concedió su premio, el de mayor prestigio mundial. Todo un reconocimiento para la música española cuando, como nos recuerda Gamboa, se construía la flamencología.
El trovo dio letra e ideología al cante de los mineros. Este año se entrega el Premio Trovero Marín a Ángel Roca, trovero e historiador del trovo. Muchas de sus quintillas han sido cantadas y lo siguen siendo por cantaores ¿Hay mejor premio?
El cante de 'Niño Alfonso'
Hijo y nieto de mineros fue 'Niño Alfonso', su progenitor además fue destacado dirigente anarquista. Bebió de los cantaores de Cartagena y La Unión, caso de 'Fanegas', de quien aprendió añejas tarantas del terreno, de 'Rampa' mineras antiguas y de 'Guerrita'. Si su amigo Eleuterio Andreu, minero que trabajó en el vientre del Cabezo Rajao, fue el rey de la taranta, a él se le puede denominar rey de la cartagenera. Este año se le dedica justamente el Festival a Eleuterio, Lámpara en 1964. 'Niño Alfonso', es un gran conocedor de los cantes de faena que escuchó en el campo pachequero como la trilla, temporeras, siega, siembra, besana y cantes de arrieros. Ganó concursos en los años 50 y animó después fiestas de promoción cuando La Manga del Mar Menor nacía al turismo, con presencia de Paco Rabal, Concha Piquer o Curro Romero. Tomó parte de aquella campaña de divulgación del cante minero entre escolares llamada El Cante con Cuchara, que capitaneó Manuel Adorna, con plaza dedicada este año a su memoria. Pencho Cros fue quien bautizó con su nombre artístico a este cantaor de voz de arrope, precisamente Niño Alfonso recibe junto a Pepe Cros, otro unionense, miembro del jurado e hijo del gran Pencho, el Carburo del LI Festival del Cante de las Minas, de carácter internacional, aunque yo diría que universal. Pero que no se pierda nunca la dimensión local del evento porque fueron mineros, arrieros y tartaneros los que primero cantaron estos estilos balbucientes. Y fue aquí.
Precisamente Niño Alfonso le recordó a Morente, en presencia de varios aficionados, entre ellos mi propio padre, cómo Pepe Marchena le presentó en los primeros 60 al joven artista de 'Graná', vaticinando: «¡Este cantaor va a ser quien acabe con tos nosotros!». Enrique se volvió hacia su biógrafo Balbino Gutierrez y le dijo: «Ves, si yo lo cuento la gente no me cree». Morente bromeaba diciendo que el festival unionense era muy importante «pero a veces se equivocan y me lo dedican a mí». Humor y humildad a partes iguales.
Enrique Morente es el héroe que asciende a la montaña mágica del Cabezo Rajao, personificando como nadie en la historia del cante la búsqueda de la libertad y en ello supera de largo a su admirado Chacón. Tanto que no ha faltado quien ha dicho que con él se inaugura un nuevo género musical inspirado en el flamenco. Ahí está el acercamiento a los poetas, a la música clásica, el eco popular de las Voces Búlgaras, la solemnidad del gregoriano, su participación en festivales de jazz porque Miles Davis tenía 'soníos' negros y hasta desenfundó su arma cargada de flamenco en Revolver, el templo del rock. Si don Antonio Chacón quería ser un tenor italiano de poblado mostacho, y si en los 40 y 50 los cantaores-cantantes de la ópera flamenca tenían estampa de artistas de Hollywood, Enrique parecía un roquero de ley. El flamenco siempre dialogó con las culturas de su tiempo y la modernidad de Enrique consistió en poner la tradición en el futuro, ganando nuevos territorios sonoros para el cante, sin dejar de llevar en su mochila de aventurero el rigor y la seriedad de Pepe el de la Matrona, la pulcritud de Bernardo el de los Lobitos, el juego creativo de Marchena o Valderrama y el dominio de la voz de Varea. Como Chacón, pasaba triunfante por todo el arco melódico, con la dulzura de la guayaba y el limón del jondo, buscando tonos contrarios entre violines y oboes, pintando ciudades invisibles. En su voz «el mármol fue aire alguna vez, y el oro llama, y el cristal, aire o lágrima». Estuvo en tantos sitios que incluso Balbino cuenta que cantó en Lo Ferro y nunca estuvo allí; en cambio lo hizo su hija Estrella. Con su grupo, una auténtica orquesta flamenca, oficiaba en círculo y cantando a capela, (que significa en capilla), un ritual litúrgico en la Catedral del Cante. Presidía Enrique como sumo sacerdote.
Fue maestro porque fue más aprendiz que maestro, reinventándose cada día: «Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan». También declaró: «Estoy deseando que pase un tiempo para ser un Morente completamente distinto». Era el Picasso del flamenco.
Embajadores flamencos
Reciben este año el Castillete de Oro, máxima distinción institucional del certamen flamenco, Alejandro Sanz, embajador de la música española por el mundo y gran apasionado del flamenco; Antonio Grau, nieto del legendario y gran patriarca de nuestros cantes Rojo El Alpargatero. Nos viene desde el lejano Perú, donde reside, para recibirlo en representación de su antepasado, enterrado en el año 1907 en La Unión. Y Ferrán Adriá.
Si Morente hizo el cante del futuro, Adriá, de abuela unionense, hace presente la cocina del futuro. El Picasso del cante y el Picasso de la cocina, porque pinta con una infinita paleta la sorpresa, injertando imprevisible en los platos su personalidad de homo ludens. Ferrán amplia las posibilidades expresivas de su arte, cuadrando círculos y circulando cuadrados, haciendo posible lo que no puede ser. Y qué nos importa que sean herejes si la incomprensión impulsa a los genios hacia lo alto. ¿Para que repetir lo que han hecho los de antes si ya está hecho?
Las etiquetas se quedan cortas ante estos autores. Dios hizo a los humanos a su imagen y semejanza, es decir con capacidad de amar y de crear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario