¡Ay, querido Sanz, eres un maestro! Tú, siempre con tus frases tan grandes, tan emotivas, tan ciertas (por lo menos para mí y sé que para varios más).
¿Cómo le haces para tener esa facilidad de escribir tan bien?... creo que es porque eres un virtuoso, pero además por tantas y tantas cosas que has leído, sabes mamar la belleza de tantos autores célebres que han habitado y habitan este mundo.
Repasando tus canciones, tus entrevistas, tus comentarios, me topé con tu “A veces mi corazón va a donde mi voz no llega”. Hoy me quede repasando esa pequeña frase, en tamaño, claro, no en riqueza.
¿Sabes, maestro?, sin quererme de ninguna manera compararme contigo, en ocasiones me siento igual. A veces mi voz no llega a ningún lado, o por lo menos eso percibo, o alcanza distancias mucho más pequeñas que las que puede alcanzar mi corazón.
Y, claro, yo canto, pero sin micrófono, lo hago mal, pero me alegra el corazón. Yo, escribo, bien o mal, pero lo hago, y muy frecuentemente siento que no llegan mis líneas al lugar que quisiera que lo hicieran.
No es frustración, al contrario, me siento agradecido con cada uno de los lectores de Crónica, uno por uno para mí significa muchísimo; aunque conozco a pocos, mi sentimiento hacia ellos es de una gratitud única. No tengo idea de cuántas personas me lean, llevo ya algo así como 6 años con esta columna, y si son pocos o muchos mis lectores, verdaderamente todos ellos me dan un motivo más para levantarme cada mañana.
Pero, ¿sabes, Alejandro?, por motivos que me cuestan trabajo explicarte, siento que mi corazón no puede escribir con total claridad, y que lo que quiere no llega siempre a destinatarios que quisiera que me leyeran.
Porque carente es, por supuesto, de riqueza literaria mi columna, pero eso sí, llena de buenos deseos. Ojalá y también me leyera el amor de mi vida, el que no tiene esperanza, el solitario, el que pudiera recibir consuelo con mis palabras… no quiero ser soberbio, pero, ¿crees tú que alguien necesite mis palabras, como millones necesitan tus canciones? Podría ser, aunque sea únicamente uno.
¿Cambiará algo, por más pequeño que sea, de este mundo con mi trabajo, con lo que escribo? No me quiero “tirar al piso”, pero la verdad es que lo dudo mucho.
¿Si esta columna despareciera de un día a para otro, en verdad a alguien le importaría?
Mientras más escribes, ¿te pasa, Alejandro?, más dudas de que tu trabajo esté bien hecho; pero eso sí, cada día que pasa sientes más la necesidad de hacerlo.
¿A cuántos nos pasará lo mismo?
Lo que sí te puedo asegurar, admirado Sanz, es que “A veces mi corazón va donde mi voz no llega”.
Y, no sé si como consuelo, pero... ¡caray, si a ti te sucede, imagínate a mí!
Trabajaré en eso, intentaré que mis palabras alcancen, o se acerquen mucho por lo menos, a donde llega mi corazón.
¿Cómo le haces para tener esa facilidad de escribir tan bien?... creo que es porque eres un virtuoso, pero además por tantas y tantas cosas que has leído, sabes mamar la belleza de tantos autores célebres que han habitado y habitan este mundo.
Repasando tus canciones, tus entrevistas, tus comentarios, me topé con tu “A veces mi corazón va a donde mi voz no llega”. Hoy me quede repasando esa pequeña frase, en tamaño, claro, no en riqueza.
¿Sabes, maestro?, sin quererme de ninguna manera compararme contigo, en ocasiones me siento igual. A veces mi voz no llega a ningún lado, o por lo menos eso percibo, o alcanza distancias mucho más pequeñas que las que puede alcanzar mi corazón.
Y, claro, yo canto, pero sin micrófono, lo hago mal, pero me alegra el corazón. Yo, escribo, bien o mal, pero lo hago, y muy frecuentemente siento que no llegan mis líneas al lugar que quisiera que lo hicieran.
No es frustración, al contrario, me siento agradecido con cada uno de los lectores de Crónica, uno por uno para mí significa muchísimo; aunque conozco a pocos, mi sentimiento hacia ellos es de una gratitud única. No tengo idea de cuántas personas me lean, llevo ya algo así como 6 años con esta columna, y si son pocos o muchos mis lectores, verdaderamente todos ellos me dan un motivo más para levantarme cada mañana.
Pero, ¿sabes, Alejandro?, por motivos que me cuestan trabajo explicarte, siento que mi corazón no puede escribir con total claridad, y que lo que quiere no llega siempre a destinatarios que quisiera que me leyeran.
Porque carente es, por supuesto, de riqueza literaria mi columna, pero eso sí, llena de buenos deseos. Ojalá y también me leyera el amor de mi vida, el que no tiene esperanza, el solitario, el que pudiera recibir consuelo con mis palabras… no quiero ser soberbio, pero, ¿crees tú que alguien necesite mis palabras, como millones necesitan tus canciones? Podría ser, aunque sea únicamente uno.
¿Cambiará algo, por más pequeño que sea, de este mundo con mi trabajo, con lo que escribo? No me quiero “tirar al piso”, pero la verdad es que lo dudo mucho.
¿Si esta columna despareciera de un día a para otro, en verdad a alguien le importaría?
Mientras más escribes, ¿te pasa, Alejandro?, más dudas de que tu trabajo esté bien hecho; pero eso sí, cada día que pasa sientes más la necesidad de hacerlo.
¿A cuántos nos pasará lo mismo?
Lo que sí te puedo asegurar, admirado Sanz, es que “A veces mi corazón va donde mi voz no llega”.
Y, no sé si como consuelo, pero... ¡caray, si a ti te sucede, imagínate a mí!
Trabajaré en eso, intentaré que mis palabras alcancen, o se acerquen mucho por lo menos, a donde llega mi corazón.
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